Nos vais a permitir que dediquemos otra vez esta crónica al equipo más necesitado de cariño. Debeis entender que la ocasión lo merece porque ellos son el equipo que más ha sufrido, ellos son los que menos respuestas han encontrado en sus preguntas para explicar o justificar la injusta muerte de su entrenador, ellos son los que han visto truncada la normalidad de su enseñanza por una pérdida inexplicable e injustificable. Ellos son el Infantil B. Un equipazo.
Estos chicos nos han seducido totalmente y definitivamente. Porque más allá del juego, mas allá del resultado, nos ha conquistado su gallardía, su amor propio, su rebeldía. Ayer empataron ante el Torrijos, 3-3, y nos encandiló verles pelear cada balón dividido conscientes de su inferioridad física, de su desventaja en centímetros respecto al rival. Descubrimos en ellos una fuerza latente en cada acción del partido, en cada jugada, que les hacía parecer más altos, más grandes. Nos demostraron una enorme capacidad en cada lance del juego. Capacidad de sacrificio y de talento.
Las trincheras desde las que estos chavales luchaban ayer, las formaron con el genio, con el carácter, para combatir la amargura que les ha deparado el destino. Ellos, grandes pequeños jugadores, nos han mostrado la forma de levantarse cuando la injusticia de la vida te tumba en el suelo de un golpe traicionero. Ellos, pequeñas grandes personas, nos han demostrado a los adultos que se puede ganar un partido en un escenario hostil sin llevarse los tres puntos. Ellos, ayer, y el sábado pasado, ganaron, aunque el resultado de empate fue lo de menos.
Ellos se lo dedicaron a su entrenador desaparecido, Valentín, y a Petri, su mujer, que derramó mil lágrimas en cada gol, y a Lidia, su hija, que saltó en cada gol celebrándolo como propio, a Valentín, su padre, que calladamente sin voz por la emoción, gritó en cada gol, a sus hermanas, a sus sobrinos, a sus amigos. Ellos, todos ellos, merecieron semejante gran partido.
Gracias, chicos. Gracias Valentín, por regalarnos este equipo.
